Aleix Plademunt + Antonio M. Xoubanova |
"Nació con cuatro quilos setecientos y fue, consecutivamente, la cosita preciosa, el primer hijo de Cardona, el sobrino de Marina, el rey de la casa, el más valiente de todos, el que ha pegado un buen estirón, el más alto de la clase, el niño más grande que he visto en mi vida, el que creemos es un caso de gigantismo elefantiásico, el que preocupa un poquito a los padres, el piernas, el avestruz, la pobre bestia, ni gigantismo ni elefantiasis, el tema para una investigación, la portada y primera plana de todos los diarios de la ciudad, el récord Guinness de altura y de anchura humanas y el gigante de la Guineueta, la sensación de este último año, Martí Cardona.
Quien primero se hizo eco fue un pequeño diario sensacionalista que presentó a Martí a través de una serie de comparaciones desafortunadas. En una de elles, aparecía con unos dos años y medio y una envergadura capaz de abrazar un sofá de dos plazas. Los dos metros y medio que marcaba antes de hacer los cinco años y los cuarenta quilos seiscientos que acreditaba una de tantas revisiones pediátricas dividían a los entendidos entre los partidarios de la acromegalia y los de la elefantiasis. Los primeros decían de los segundos que cuando encontrasen alguna obstrucción en los vasos linfáticos, o la razón de cómo un crío de la Guineueta podía haber entrado en contacto con los parásitos de la filaria, podrían empezar a hablar de ello con seriedad y los segundos,de los primeros, que no había habido en la historia un caso documentado de crisis tan agudas como las de Martí. Ningún caso todavía, pensaban los otros, y con ganas de ser ellos los quienes firmaran este primer documento, se presentaban en casa de los Cardona a ofrecerse encantados de hacerse cargo del caso de su hijo (habitualmente, la madre les dedicaba un ratito e incluso unas galletitas de mantequilla antes de acompañarlos hacia la puerta y decirles gracias por las molestias pero supongo que lo entenderán).
Bastante trabajo tenían con alimentar a Martí. Para poder pagar la cantidad de comida que exigía un estómago como el del crío, la madre tuvo que pedir hacer más horas en la tienda y el padre buscó un segundo empleo; que la escuela se declarase incapaz de acogerlo por problemas de infraestructura los obligó a repartirse las horas y a buscar a alguien que estuviese con Martí en casa mientras ellos estaban fuera (de vez en cuando, Marina, encantada de hacerle de canguro, pero luego el tío Julià y, al final, quien pudiera y le apeteciera). Cuando se vieron desbordadas las XXL de todas las marcas industriales – e, incluso, las XXXL relaxed fit que le importaba la señora Mònica de una casa especializada–, la madre encargó a un sastre de confianza algunos conjuntos de pantalones, camiseta interior y camisa de algodón que duraron el tiempo que se tarda en lavarlos, y plancharlos un par de veces, total una semana larga antes de que se hiciera un desgarro en medio de la espalda o el bíceps de Martí sobrepasara la anchura de la manga. El cuerpo de Martí crecía exponencialmente o no, se inflaba, decía la madre, y, como no era suficiente el precio de amigo que les ofrecía el sastre, la madre tuvo que rescatar los conocimientos de costura que había aprendido de la abuela y sacar del Indio inmensas extensiones de tela –generalmente, una mezcla de algodón y poliéster de azul diplomático, pero de vez en cuando una de algodón y viscosa que Martí celebraba batiendo una manaza contra la otra–, telas con las que sólo sabía confeccionar batas y túnicas, en realidad, tampoco le hacía falta según que".
(Fragmento de "Una vida ejemplar" de Borja Bagunyà).
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